
Alberto es el encargado de atender, y satisfacer, a los clientes. La carta no es excesivamente extensa, y si bien varios platos rememoran una etapa anterior en que la cocina era mucho más creativa, en seguida nos damos cuenta que lo que se busca es ofrecer una materia prima de calidad, con sabores intensos y a precios contenidos.
Nosotros empezamos con un ceviche, muy fresco y agradable para la época veraniega, aunque los más puristas puede que echen de menos un poco de esa fuerza tan característica de este plato. Seguimos con unos rollitos de morcilla. Suaves, cubiertos de pasta brick muy ligera, y muy bien fritos. ¡Una delicia! Para seguir con la morcilla, un plato sorprendente, unos chipirones salteados con cebolleta y morcilla. La mezcla, sobre el papel un tanto arriesgada, resulta interesante y sabrosa, probablemente porque todos los ingredientes se conjugan sin perder un ápice de su sabor, pero suavizándose al mismo tiempo unos a otros.
Para seguir con los entrantes, crujientes de codorniz con salsa de soja y jengibre, una reinvención de las clásicas alitas de pollo, en este caso de sabor intenso, muy bien limpias de los molestos huesecitos de las codornices. Un aperitivo que resultó ser un acierto. Por último, el clásico salmorejo con virutas de ibérico, que no podía faltar.
En el capítulo de los platos principales, el foco son las carnes y aves, y tan sólo un par de pescados complementan la carta. Probamos el risotto con verduras, rico, bien conjugado y perfecto de punto y temperatura. Quizá echamos de menos un poquito más de parmesano, pero eso puede que se deba al gusto de quien les escribe. Muy rica la hamburguesa de buey del valle del Esla. Presentada en pan de pita, y (¡por fin alguien lo consigue!) perfecta de punto de cocción, viene acompañada de un ketchup casero, lógicamente mucho más interesante que el de bote, y una ensalada de escarola, lechuga, tomate y pipas. Nos quedamos con ganas de probar la pasta negra fresca con dos quesos, pero la próxima vez será.
Entre los postres, muchas propuestas para los golosos. La tarta de queso y frambuesas, muy tradicional, sin resultar nada pesada. La tarta de chocolate, un ligero bizcocho relleno de tiras de chocolate fundido, una tentación demasiado irresistible para los amantes del chocolate, que tampoco pueden dejar de probar el brownie, según me comentan, uno de los bastiones de Boloco. Los helados, de buena calidad y diversidad de sabores.
Resultó por tanto Boloco una muy agradable sorpresa. El servicio, muy correcto y amable, el público eminentemente joven, de fondo una música casi imperceptible que ayuda a la conversación, y todo ello coronado con una comida que resultó ser de mucha calidad y buena elaboración. Si a todo ello le sumamos unos precios tan razonables, Boloco se convierte en una apuesta segura.
El local permanece abierto ahora en verano todos los días, de 7 de la mañana a 3 de la madrugada (fines de semana abre a las 12). Además, dispone de una agradable terraza que hará las delicias de los que buscan refrescarse en las acaloradas noches de la capital.
Datos prácticos:
Boloco
Pza. de Chamberí, 2
28010 Madrid
Tel.: 91 594 17 28
Precio medio: € 25 - € 30
Accesible en silla de ruedas (al cuarto de baño sí que hay que acceder por unas escaleras)
Dispone de terraza en verano
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